El hombre se pasó una mano por los cabellos, que ya empezaban a blanquear, y murmuró: —Dame la cuerda, Jezabel. Jezabel, temblando, se la dio. Era una cuerda gruesa, larga, en la cual no había todavía ningún nudo. —No, ésa no —dijo el hombre, mientras se abrochaba las botas—. ¿Te has vuelto tonta? Quiero la que ya tiene el nudo hecho. La pequeña se la entregó con manos inseguras.
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El hombre se pasó una mano por los cabellos, que ya empezaban a blanquear, y murmuró: —Dame la cuerda, Jezabel. Jezabel, temblando, se la dio. Era una cuerda gruesa, larga, en la cual no había todavía ningún nudo. —No, ésa no —dijo el hombre, mientras se abrochaba las botas—. ¿Te has vuelto tonta? Quiero la que ya tiene el nudo hecho. La pequeña se la entregó con manos inseguras.