El hombre tiró suavemente de las riendas de su caballo para que éste se detuviera, y miró la calle sobre la cual, a aquella hora, flotaba un leve polvo amarillo. Era justamente el mediodía, y el sol estaba en su cénit. Ningún objeto, ninguna casa, proyectaba sombra. El recién llegado había tenido muy en cuenta aquel detalle. Quería llegar justamente al mediodía. Así, si el desafío se celebraba en la calle, ninguno de los dos enemigos tendría el sol de cara. Los dos se distinguirían perfectamente.
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El hombre tiró suavemente de las riendas de su caballo para que éste se detuviera, y miró la calle sobre la cual, a aquella hora, flotaba un leve polvo amarillo. Era justamente el mediodía, y el sol estaba en su cénit. Ningún objeto, ninguna casa, proyectaba sombra. El recién llegado había tenido muy en cuenta aquel detalle. Quería llegar justamente al mediodía. Así, si el desafío se celebraba en la calle, ninguno de los dos enemigos tendría el sol de cara. Los dos se distinguirían perfectamente.