En las calles solitarias próximas al muelle de Seattle, no se oían en aquella hora avanzada de la noche otros ruidos que los cánticos lánguidos y apagados que acompañaban a un lejano acordeón sobre la cubierta de algún barco o bajo el techo oscuro de alguna taberna del dilatado puerto. Una densa niebla descendía sobre los objetos y envolvía a los pocos transeúntes, en fría y desagradable humedad. Por debajo de las ventanas del hotel Norte, unos pasos menudos y rápidos eran coreados por otros más firmes, y las voces de interminable disputa, en las que destacaban la de una mujer joven a juzgar por el sonido, motivaron que la ventana más amplia del primer piso se abriera, asomándose la figura de un hombre en el momento en que la mujer, alcanzada sin duda en su huida, lanzaba un pequeño grito de auxilio, ahogado por una mano que aprisionaba la boca de la que gritaba.
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En las calles solitarias próximas al muelle de Seattle, no se oían en aquella hora avanzada de la noche otros ruidos que los cánticos lánguidos y apagados que acompañaban a un lejano acordeón sobre la cubierta de algún barco o bajo el techo oscuro de alguna taberna del dilatado puerto. Una densa niebla descendía sobre los objetos y envolvía a los pocos transeúntes, en fría y desagradable humedad. Por debajo de las ventanas del hotel Norte, unos pasos menudos y rápidos eran coreados por otros más firmes, y las voces de interminable disputa, en las que destacaban la de una mujer joven a juzgar por el sonido, motivaron que la ventana más amplia del primer piso se abriera, asomándose la figura de un hombre en el momento en que la mujer, alcanzada sin duda en su huida, lanzaba un pequeño grito de auxilio, ahogado por una mano que aprisionaba la boca de la que gritaba.